El amor después de Junot
(Reseña sobre "Así es como la pierdes", de Junot Díaz)


De este lado de nuestro mundo están las baladas, los ritmos afroamericanos, la novela venezolana, el culto a la pareja y la vocecita de siempre que sufre por amor.
También está el lenguaje inventado por Cucurto, la prosa barrial de Casas, los cuentos de Lamberti, la última novela de García Robayo, los personajes anónimos y sufrientes de Carver, esa página llamada “así no me vas a coger pelotudo” y la trilogía amatoria de Richard Linklater.
Y, finalmente, están las primeras dos obras de Junot Díaz: “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, una novela en la que, al modo del boom latinoamericano y las narraciones sobre dictadores, el autor contaba la historia de un nerd, su familia, su país y la maldición que caía sobre ellos; y “Los boys”, su primer libro de cuentos, donde el autor inventaba un lenguaje dominicano-yanqui para narrar las historias de niños y hombres rodeados por el horizonte inevitable de la inmigración y la violencia ciudadana.
En “Así es como la pierdes”, su reciente tercer libro, Junot regresa sobre su maravillosa obra breve y sobre todo lo anterior.
En el libro nos encontramos con nueve cuentos cuyo eje temático es la búsqueda (y la pérdida) amorosa: leeremos la historia del romance entre un hermano canceroso y una mujer que lo deja en la ruina; los peligros de la infidelidad en el retrato de un profesor dominicano en una universidad estadounidense; la desoladora historia de un padre que traslada a su familia al invierno extranjero para dejarla encerrada.
Inicialmente sorprende la decisión de Díaz de circunscribirse a los relatos “de amor”, pero luego la elección resulta acertada, incluso inevitable en un libro en que los personajes reaparecen de cuento a cuento, al modo de una novela fragmentada, una biografía, una saga familiar.
Todo es amor allí, pero en realidad el amor es un satélite que gira sobre las demás cosas, como un espejo, como un fantasma, como un viejo y anhelado país. Allí están el deterioro físico de un profesor; la soledad profunda, doméstica, de los niños; la dedicación solitaria y fiel a la literatura, la forma en que los sueños de progreso machacan lo que parecía amor. Y como si fuese poco, está ese último cuento magnético que cierra el libro: “Guía de amor para infieles”. Todavía cuesta comprender como un relato puede ser una piedra en la cara y, al mismo tiempo, una bendición.


(publicado en la Voz del Int. 2013)