Gatitos!
(publicado en Hoy Día Córdoba, Julio)




1. Hace unos meses en casa hay un gato. Se llama “Pinocho”. Al principio se llamaba “Pina” pero semanas después la veterinaria nos avisó que no era “ella” sino “él”. Así que hubo que ponerle algo que comenzara por “Pin@” para no generarle problemas de identidad y de oído y, como en cierto modo nos había embaucado, le pusimos “Pinocho”. Pinocho es cariñoso sin ponerse denso; lo hemos castrado, así que evita excesivas demostraciones territoriales. Mantiene un comportamiento ejemplar: horarios de comida, horarios de salida. Rompe sólo lo estrictamente desechable, juega como si fuese un animal-niño y hace cosas que hacen los gatos en Internet. Tiene el premio al gato del mes todos los meses, aunque sólo haya un gato en casa.

2. En realidad no es sobre Pinocho que quería escribir, sino sobre el mundo de los gatos: no sobre el “alma” de los gatos y su comportamiento, ni siquiera sobre los gatos célebres (el gato con botas, Félix, los Thundercats, el gato de Cheshire). Es sobre los gatos contemporáneos que quería escribir. Esos que salen en Internet, donde se hacen virales los bebés, cualquier cosa que tenga que ver con Star Wars, las parejas anunciando su matrimonio y ellos. ¿Por qué hay tantos, por qué son tan famosos, qué queremos decir cuando decimos y posteamos “gato”, qué queremos mostrar, cuál es la felino-ideología, qué es lo que oculta? Miau.

3. El primer gato que “tuve” se llamaba Puli, porque tenía pulgas y porque yo tenía diez años y mi ingenio era escaso y literal. Puli se murió a los dos meses. En realidad se trepó a un pino, bajó tres días después, comió, salió corriendo satisfecho y lo atropelló un auto. Por esos días (mi memoria insiste en que fue el mismo día, pero yo desconfío) también “tuve” mi primer muerte. Falleció mi abuelo paterno, luego de meses ausente (en realidad, desde la perspectiva del adulto que yo todavía no era, debería escribir “agonizante”). Me acuerdo que lloré muchísimo, encerrado en el baño, desconsoladamente, a mares. Lloré así por Puli, el gato, por el auto, por la mancha en el cemento. No detesten a ese niño sin corazón. Existen los vínculos familiares y los vínculos elegidos. Ese gato fue la primera criatura que quise sin obligación ni necesidad: caprichosamente. Se fue a los dos meses. Ni siquiera llegué a entenderla.

4. Primera hipótesis: no es “la imagen del gato” lo que se festeja cuando mostramos imágenes de gatos, tanto en aquellos viejos horóscopos de bolsillo como en la era youtube. Lo que vemos y festejamos es la domesticidad. Es decir: no que el gato sea tan doméstico y forme parte de nuestras humildes vidas, sino que nosotros seamos los gatos de la tecnología y del tiempo: que estemos familiarizados, que estemos a gusto, que todavía seamos una mezcla de animales salvajes y bichos semi rutinarios. Segunda hipótesis: no es “la imagen del gato” lo que celebramos, sino la de cierta naturaleza simpática pero impredecible, egoísta pero dependiente, ingenua y semi-adaptada. Es decir: somos los gatos de nuestro reino, somos gatos travestidos de gente que necesita, de vez en cuando, hacerse la inocente. Un Freud gatómano postularía: “el inconciente tiene forma de gato”.

5. Pausa: esa imagen del planeta Tierra como canica necesitó de siglos y siglos y recién apareció con el satélite y las cámaras. La imagen de la gota estallando en partículas a mínima velocidad necesitó de la cámara lenta, y ahora soñamos con ella, podemos incluso cerrar los ojos y palparla. Internet permitió la visualización global de los gestos de autismo de los gatos, de sus ataques erguidos de costado y de las divertidísimas reacciones de shock ante la ingesta de helado. Hemos llegado a un estado de mascota-humanismo general. Como si no se hubiera conquistado el sueño de la razón, pero sí cierto sueño específico de la zoología. Amamos a nuestras mascotas. En la foto de familia ahora se ven: mamá, papá, la hermana, el hermano, el hermanito, el tío loco o la tía solterona y una mascota durmiendo sobre el lente de la cámara. Obvio que se puede cambiar gato por perro.

6. Porque siempre habrá gato encerrado: tanto en las valijas escondidas en un falso convento como en las cuentas panameñas del político de turno. Tanto en la vida social, que parece pender constantemente de un hilo y sin embargo, sostenerse; como en la fe que nos mueve cada día a ser perseverantes en algo (cualquier cosa). Pero mejor ir otra vez de lo abstracto a lo concreto: con mi familia es semi imposible hablar estrictamente de política porque nos enervamos y se pierde el clima de bienestar social. Podemos, en cambio, hablar de gatitos. Mostrarnos fotos, señalar defectos y virtudes, recordar a aquel gato muerto y desear un futuro de prosperidad humano-felina.

7. ¡Gatitos! El video donde un gatito boxea a un tigre de peluche. El video donde un bebé le da un manotazo a un gato y este contraataca. El video en cámara lenta de un gato saltando hacia cámara, esa sublime plasticidad divina. Los gatos ninja, accediendo a lugares que parecen imposibles (¡envidia!). La obsesión de los gatos con las cajas. El video donde un tipo cae a una fosa y es destrozado por un tigre. Un león en la selva. La selva: el lenguaje de los seres con los que nos encariñamos y que apenas si podemos comprender. Miau.